VI Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo B
TU COMPASIÓN ME SALVARÁ | Mc 1,40-45
Para preservar la salud del pueblo, la Ley establecía que las personas con lepra debían mantenerse lejos de los demás (Lv 5,3), pero no solo eso, en aquel tiempo se entendía que el leproso de alguna forma era culpable y merecía ese "castigo de Dios". De modo que la exclusión y la marginación era mucho más traumática. Un leproso era un "muerto viviente", excluido moralmente, e inclusive según la Ley, un pecador, un alejado de Dios y por tanto, todo el que se acercara a él quedaría impuro.
Lo estremecedor de este relato es que el leproso, aun con temor al rechazo de Jesús pero sabiendo qué él podía ser su única esperanza, acude a él y le dice: "Se que si quieres puedes curarme". Ante tal confesión de fe, Jesús no hace más que acoger a aquel hombre sufriente. Jesús no muestra rechazo alguno ni temor al contagio: extiende su mano, lo toca y le dice: "Quiero, queda sano". Esta vez no tuvo que preguntar como a otros tantos: "¿Crees que puedo curarte...?" el leproso confesó una confianza ciega en su poder sanador, una confianza que debemos pedir a diario para decir al Señor: ¡Sé que tú quieres sanarme de la lepra, Señor! (cualquiera que sea...)
Hoy muchos son marginados como aquél hombre y, tristemente, la moral y las creencias religiosas muchas veces pueden sepultarlos en vida. Es importante fijar nuestros ojos en Jesús ante el leproso y contemplar su modo de proceder: no se detiene ante los prejuicios, al contrario, se compadece, acoge, sana y se alegra porque la misericordia de Dios es la medida de su justicia.
Por último, la prohibición dada de no revelar su "secreto mesiánico" no puede ser cumplida por este hombre que estaba muerto y ha vuelto a la vida. Así es la vida de fe; quienes han sido tocados por el Señor, no pueden guardarse para sí su Buena Noticia.
TU COMPASIÓN ME SALVARÁ
Música y letra: Javier Brú
Lejos de la gente, pero también lejos de Dios
un muerto viviente a quien la lepra marginó
todo el que a él se acerca impuro queda ante el Señor
según lo establecen leyes y la tradición.
Con miedo y vergüenza, temiendo alguna vejación,
viendo que pasaba, al nazareno se acercó.
Su fe era más fuerte que su miseria y su dolor
extendió su mano y rostro en tierra suplicó:
“Sé que si quieres, que yo sea limpio
de mi la lepra por ti se irá.
Dime que quieres, Jesús, sanarme
tu compasión me salvará.”
Lejos de apartarse, Jesús lo vio con compasión
le extendió su mano y lo tocó mientras le habló:
“Quiero, queda limpio” y de la lepra lo sanó,
y lo hizo testigo de su amor y su perdón.
Pero le ordenaba “A nadie cuentes que fui yo
Vete y haz la ofrenda que Moisés estableció”
mas se fue contando a todos lo que le ocurrió
y todos buscaban al hombre que lo sanó
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