Domingo de Pascua
ÉL VIVE | Jn 20,1-9
La muerte es la realidad más segura que tenemos todos los seres vivientes, pero ¡cuánto nos cuesta aceptarla! Siendo algo tan previsible, deberíamos estar preparados para recibirla cuando se lleva a un amigo, pariente o a un ser querido, pero la verdad es que es difícil de procesar para muchos. Y es que la muerte nos sitúa en la realidad de nuestra existencia; nuestro paso por este mundo es pasajero y vistas en perspectiva histórica, aun las vidas mas longevas, son sumamente breves. Nuestras vida en este mundo es finita, pero vivimos como si no lo fuera, como si nunca tuviera que llegar a su fin.
La muerte es esa realidad en la que los anhelos de trascendencia del ser humano quedan sin respuestas empíricas y la ciencia enmudece en cuanto a lo que nos espera después de ella. Es un viaje sin retorno y, según la Sagrada Escritura, es la consecuencia última del pecado (Rom 5,12). Pecar es morir a la vida de la gracia, de modo que se puede llevar una existencia de muerte, un espíritu apagado, aunque el cuerpo aun esté vivo. Y es que la verdadera vida, la del Espíritu, es la que es vivida según el querer de Dios, el dador de la vida. Alejarse de camino de Dios es, por tanto, morir en vida sin saberlo.
Pero cuando alguien es asesinado por sus convicciones, cuando la muerte le ha sido provocada porque su mensaje ha sido inconveniente para algunos, ocurre algo extraordinario: A pesar de que los asesinos pudieron silenciar su voz, no pudieron silenciar su mensaje que seguirá vivo y que con fuerza será pregonado luego por otros muchos que saben, al menos, que tal mensaje debe haber sido lo suficientemente valioso como para que otros decidieran poner fin a la vida de su promotor.
Jesús no solo tenía una palabra o un mensaje valioso que resultaba inconveniente para algunos; Jesús, en su persona, era la Palabra y el mensaje mismo. De modo que, de no haber resucitado, Jesús solamente habría sido uno de tantos buenos hombres o profetas que promovieron un cambio, una renovación y que fue silenciado por las figuras de poder de su tiempo, pero... aquel domingo por la mañana ocurrió algo sin precedentes: La tumba estaba vacía... los lienzos que cubrían el cuerpo inerte de Jesús estaban tirados en el suelo, pero Él no estaba... Las mujeres que fueron temprano contaron a los discípulos escondidos que el cuerpo del Señor no estaba, corriendo Pedro y "el otro discípulo", éstos encuentran la tumba vacía, pero lo que ven les abruma: Si realmente el Señor ha resucitado significa que ya ni la misma muerte tendrá la última palabra sobre las víctimas que han entregado su vida por el reino de Dios como lo hizo Jesús, pues el Padre lo ha glorificado (Hch 2,33). Por la resurrección creemos que Jesús no es entonces sólo un profeta, no es sólo el Mesías, sino el Señor (Flp 2,11). El Padre lo ha resucitado y con ello ha puesto en su lugar sus designios sobre la creación haciendo nuevas todas las cosas (Ap 21,5): Dios ha intervenido nuevamente en la historia para manifestar de qué lado está: definitivamente, no del lado de un sistema religioso que se desvía y corrompe hasta el punto de asesinar al inocente, sino del lado la víctima, de aquél que, habiendo creado el mundo (Jn1,3; Col 1,16), vino al mundo y el mundo no le conoció (Jn 1,11). Es al crucificado a quien resucita el Padre, ese a quien el mundo ultimó de la forma mas cruel y desalmada, a ése, Dios lo ha exaltado (Hch 2,36).
Sólo la resurrección de Cristo nos permite creer en los imposibles, esperar contra toda desesperanza, confiar en Dios a pesar de que el mundo se nos caiga a pedazos. Por el resucitado creemos, que ni la muerte misma podrá alejarnos del amor de Dios (Rom 8,31-39) quien tiene preparado para nosotros la corona de la gloria (2 Tim 4,7). Por Cristo, podemos esperar confiados la muerte, sabiendo que hay otra vida, una vida eterna que nos espera y que seremos llevados ante el Señor para rendir cuentas sobre el amor y el bien que hemos dado a los demás.
Que el misterio de la resurrección del Señor sea siempre para nosotros el motor que nos mueva a vivir con esperanza en medio de las adversidades que conlleva su seguimiento.
Viva Cristo resucitado!
Feliz pascua de resurrección.
ÉL VIVE
Música y letra: Javier Brú
A visitar al Señor
la Magdalena el domingo al sepulcro marchó
de madrugada.
Pero alguien más removió
la piedra que lo cerraba
y echando a correr llegó a casa de Pedro y contó:
“Del sepulcro han llevado al Señor
no sabemos dónde pueda estar”
y corrieron a ver lo ocurrido Pedro y uno más.
BUSCABAN AL RESUCITADO
AL QUE VIVO ESTÁ, AL QUE VIVO ESTÁ
DIOS PADRE LO HA GLORIFICADO
¡CRISTO VIVO ESTÁ, ALELUYA!
ÉL VIVE.
Quien con más prisa corrió
llegó y sin entrar al sepulcro los lienzos miró
tirados al suelo.
Mas cuando Pedro llegó
entró y vio los lienzos del suelo
y aparte doblado el sudario que cubrió al Señor.
Cuando el otro discípulo entró
comprendió la escritura y creyó
que Jesús ya no está entre los muertos pues resucitó.