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Solemnidad de la Ascensión del Señor



LA ASCENSIÓN | Mt 28, 16-20; Mc 16, 15-20; Lc 24, 46-53


La Iglesia celebra hoy la Solemnidad de la Ascensión del Señor y con ella la Palabra nos recuerda la encomienda final de Jesús: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura”. (Mc 16,15). Anunciar el Evangelio forma parte de la identidad de un cristiano. Todo bautizado puede y debe proclamar el Evangelio, esa es la principal misión de la Iglesia.


Hay, no obstante, quien dirá que eso de andarle diciendo a los demás que crean en Jesucristo no es lo suyo, que eso es cosa de curas o de fanáticos religiosos, pero la verdad, es que llamarnos cristianos y negar nuestra misión evangelizadora es señal de una gran desorientación, de hecho, el algo incompatible. No es posible seguir a Jesucristo y resistirse a anunciar a Buena Noticia. Ahora bien, predicar el Evangelio no significa decirle a los demás lo que deben creer o lo que deben hacer, esa no es necesariamente la metodología más adecuada. El llamado a predicar no se puede reducir a lo verbal.


La Tradición cristiana y los Hechos de los Apóstoles nos dicen que a los primeros cristianos se les identificaba porque tenían “un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo lo tenían ellos en común.” (Hch 4,32) y quienes los veían decían “Mira como se aman”. La fe en Jesucristo les llevó a vivirla de modo comunitario y se convirtieron en un signo, en un modo de vida alternativo para las sociedades en las que vivían. Ellos, más que habar de Jesús (lo cual también hacían), vivían al modo de Jesús, lo cual era el modo más auténtico de predicar el mandamiento del amor, esto es, amando. Es cierto que puede haber gente bien instruida que explique muy bien las Sagradas Escrituras y que hasta conozca documentos oficiales y la historia de la Iglesia y conozca también la obra de muchos teólogos, pero dice San Pablo: “Si no tengo el amor, no me sirve de nada” (1 Cor 13,1-7). La fe se comunica mediante la Palabra, pero también mediante el amor. Bien decía Jesús: "En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos. Hagan, pues, todo lo que les digan, pero no imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra" (Mt 23,1-12)”. Los conceptos, y las doctrinas pueden convencer, pero sólo la práctica del amor fraterno, el testimonio de personas bondadosas, es el que nos anima a imitarlas. A una persona instruida o con un gran don de palabra se le puede admirar, pero solo el bien, cuando es recibido, produce agradecimiento, solo la gratuidad mueve a mas gratuidad.


Es bien conocida aquella anécdota de San Francisco de Asís en la que pidió a un fraile que le acompañara a predicar al pueblo, pero después de regresar sin decir una palabra el fraile preguntó: “¿No íbamos a predicar? A lo que Francisco respondió: “Hermano, ya hemos predicado”… Una Iglesia que no da testimonio de amor, de bondad y de misericordia, no predica, por más que cuente entre sus filas con los mejores oradores.


Cuando se predica con el testimonio, los que creen, se salvan, porque encuentran una manera diferente y auténtica de vivir, de relacionarse con Dios, con los demás y con la creación. Eso convence, eso sana y libera. Quienes, en cambio, al ver esa realidad se resisten, se condenan, se niegan a sí mismos la posibilidad de renunciar a una vida vaciada de sentido…. No es el caso de quienes han visto en la Iglesia un prédica vacía, una Palabra no vivida... ellos tristemente han encontrado una sal que no sala, una luz que no brilla... A los cristianos los debe cuestionar que no sean pocos los que dicen con razón, como Gandhi: "Me gusta tu Cristo... No me gustan tus Cristianos. Tus cristianos son tan diferentes a tu Cristo" Gente que lucha por la paz, que defiende la dignidad de los excluidos, pero que no ven en quienes se autodenominan cristianos los signos que acompañaron a las primeras comunidades...


El mundo nos presenta un modelo en donde la meta es el éxito, un éxito que se traduce en realidades frágiles y pasajeras que en realidad no dependen de nosotros. Pero, "¿quién de ustedes, por mucho que se preocupe, puede añadir una sola hora al curso de su vida?" (Mt 6,27). La enfermedad, la muerte, un giro inesperado en el trabajo o las finanzas, un accidente, el daño causado por otro… tantas cosas que están fuera de nuestro control y sin embargo se nos enseña a centrar todas nuestras energías en pasarnos la vida buscando algo que nunca llega a ser pleno. El Señor nos enseñó que hay otro modo, hay otro camio que debe ser anunciado, pero hay que caminarlo para que pueda haber quien lo quiera seguir. Hay que caminarlo sin temor. "No tengan miedo, yo estaré con ustedes hasta el final" (Mt 28,20) dice el Señor.


Son discípulos de Jesús quienes aprenden a centrar sus esfuerzos en crecer desde dentro, en aprender a disfrutar del aporte que damos para que otros puedan llevar una vida más digna, ya sea imponiendo o extendiendo nuestras manos. Son los que “arrojarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos quedarán sanos” (Marcos 16, 15-18), Jesús no dice que nos morderán serpientes o que el veneno no llegará a nosotros, nos dice que no nos hará daño. Esa es la diferencia entre el creyente y el no creyente... la fe es la que posibilita la fidelidad en el amor y en la prueba. En lo personal, he tenido la bendición de conocer hermanos de la fe que me han transmitido la fe gracias a su amor y su servicio. Saber que hay muchos deshonestos que se aprovechan de la Iglesia, no nos puede hacer perder de vista ese tesoro que el Señor ha puesto en nuestras manos que es el reino, que es pequeño como la semilla de mostaza pero que crece y se hace grande y fuerte (Mt 13,31). De modo de que, eso de andar quedando mirando fijo al cielo… no es lo que nos corresponde… Hay que sembrar el reino, hay que predicar dando testimonio de lo que hemos visto y oído (Hch 4,20).


Que el Señor, en este día en que conmemoramos su ascensión, nos bendiga y nos inspire con su su Espíritu prometido para ser testigos de la fe en Él.


LA ASCENSIÓN

Letra y música; Javier Brú

Los convocó antes de despedirse;

Les dijo: “Vean, la escritura se cumplió:

Ahora en mi nombre anunciarán a todo el mundo

la Buena Nueva de perdón y conversión.

Son los testigos del poder que se me ha dado;

En cielo y tierra tengo toda autoridad.

Les enviaré a quien mi Padre ha prometido

y revestidos con su fuerza mi reinado anunciarán.

Nuevos discípulos harán por todo el mundo,

el Evangelio del perdón predicarán

y enseñarán a amar según el mandamiento

y quien crea y se bautice salvación encontrará.

Quien crea en mí podrá vencer demonios

y por mi gracia nuevas lenguas hablará;

y ni el veneno de serpientes le hará daño

y a quienes impongan sus manos sanarán.

Confíen en mí, yo estaré con ustedes

todos los días hasta que llegue el final”.

Y bendiciéndolos subió hasta el mismo cielo

donde se sienta glorioso a la derecha de Dios.

Ellos ahí, miraban fijo al cielo

viendo las nubes que cubrían al Señor

mas su presencia no se ha ido de nosotros

porque su Espíritu y su gracia nos dejó.

¿Qué haces ahí mirando fijo al cielo?,

¡Oye discípulo, que el reino hay que sembrar!

Eres Iglesia, sal y luz, Cuerpo de Cristo,

que animado por su gracia debes evangelizar.

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