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VI Domingo de Pascua Ciclo B


EL MANDATO DEL SEÑOR | Jn 15,9-17

¿Es posible que una persona ame a otra porque se lo hayan mandado? Alguno dirá que en los sentimientos no se manda, que no se elige a quien se ama, que el amor es ciego... pero el mandamiento del amor de Jesús nada tiene que ver con un sentimiento amoroso (Diccionario de los Sentimientos, José Antonio Marina). Como dice la canción de Manuel Alejandro “El Amar y el Querer”: “es que todos sabemos querer, pero pocos sabemos amar”. Amar no es querer. De hecho, el amor es una elección consciente y es el fruto de un proceso de aprendizaje. Todos tenemos la capacidad de amar, pero no todos aprenden a hacerlo. El amor, en el fondo, es una actividad espiritual.


Cuando buscamos qué es el amor en las Sagradas Escrituras, encontramos que el amor es Dios mismo: "Queridos hermanos: amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor" (1 Jn 4, 7-8) . ¿Pero a qué amor se refiere el escritor Sagrado? Si leemos a San Pablo, podemos encontrar una explicación preciosa de cómo es el amor cristiano. ”El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. (1 Cor 13,4-7)


Según esta descripción, sentir atracción o empatía por la persona amada no es una condición para amar. Y es que, para el escritor sagrado el amor del que habla es otra cosa; no es un sentimiento. El amor cristiano se refiere, sin más, a procurar el bien del otro. Se ama "cristianamente" cuando se busca hacer el bien al otro, inclusive, a aquel de quien recibimos mal. De hecho, el mandamiento de Jesús llega a su máxima expresión en el mandato de amar a los enemigos: "Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen para que sean hijos de su Padre que está en el cielo. Él hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa recibirán? (Mt 5:43-48). Para los cristianos, este amor es el único capaz de transformar y hacer nuevas todas las cosas. Es el que detiene la espiral de rencor y destrucción que genera el pecado, pues el pecado en el fondo no es más que la negación del amor. No se nos manda a sentir, se nos manda a optar por hacer el bien. Es esta práctica del amor fraterno la que nos hace hijos de Dios.


“Ámense unos a otros” es el mandamiento, pero va acompañado de una nota: “como yo los he amado”. Es decir, no de cualquier manera… ¿Y cómo nos ha amado el Señor? Haciendo el bien (Hch 10,38) y entregando totalmente su vida por nosotros (Ga 2,16.19-21). Cuando hablamos, pues, de amor cristiano, nos referimos a la elección de ser fieles en el compromiso de hacer el bien al otro. El amor cristiano pasa por el querer, es cierto, pero no el querer de poseer con exclusividad al otro (un poseer que va acompañado por el miedo a perder lo poseído, lo cual lleva a los celos y a la coacción de los proyectos y el crecimiento del otro en favor los propios deseos y proyectos) sino el querer que brota de haber encontrado la dicha en el crecimiento del otro. Bien se dice que hay más dicha en dar que en recibir, pero eso solo se entiende cuando se ha experimentado: Nuestras manos se llenan cuando se han vaciado al servicio de los otros. El amor es la capacidad de donarnos y de sacrificados, de renunciar a cosas buenas y legítimas para que el otro pueda crecer..


El amor de Dios por nosotros es infinito porque su bondad para con nosotros es infinita. Nuestra capacidad de hacer el bien, en cambio, es limitada, contingente, condicionada. Por eso hay quienes, respondiendo a la llamada de Dios a ser perfectos como Él, se esfuerzan para crecer en la capacidad de amar, de servir a los otros… esos son los santos, los que caminan en la dirección de hacerse más capaces de procurar el bien de otros, los que se hacen más capaces de experimentar la bondad de Dios en sus vidas y de compartir lo que son y lo que tienen como don de Dios.


De modo que no se nos puede mandar a sentir empatía por alguien ni a disfrutar de la compañía del enemigo, pero si a procurar su bien. El mandamiento del amor es la llave que abre la entrada al reinado de Dios, a un mundo de relaciones basadas en la fraternidad. Es el prisma que nos permite ver adecuadamente a los demás según los ojos de Dios. Quien ama no roba, no mata, no miente, honra a sus padres y a Dios, no comete adulterio, etc... Bien decía San Agustín, “Ama y haz lo que quieras...” no porque el amor nos invite a hacer lo que nos provoque, sino porque el amor sólo puede procurar el bien.




EL MANDATO DEL SEÑOR

Música y letra: Javier Brú

Ámense unos a otros como yo los he amado y guarden el mandamiento como yo lo he guardado Así estaremos unidos, como el Padre y yo. Vivan según les he pedido, obrando signos del fraterno amor.

EL MANDATO DEL SEÑOR ES AMARNOS SU MANDATO ES EL SERVICIO CON AMOR NUESTRA LEY ES LA ENTREGA SIN MEDIDA PUES LA VIDA QUE AMA UNIDA ESTÁ AL SEÑOR

EL MANDATO DEL SEÑOR ES AMARNOS SU MANDATO ES EL SERVICIO CON AMOR NUESTRA LEY ES LA ENTREGA SIN MEDIDA QUE EN LA VIDA SOLO EL QUE AMA ENCUENTRA A DIOS.

Nadie tiene amor más grande que quien se entrega por sus amigos Si cumplen lo que les mando serán felices con mi amistad, porque, habiendo atendido a mis palabras, conmigo Padre a Dios pueden llamar. No son sirvientes míos sino amigos porque les he confiado mi Verdad.

Yo los llamé por su nombre, los elegí, no a mí ustedes por eso darán mis frutos; serán presencia que obra la paz Y todo lo que pidan en mi nombre el Padre celestial lo otorgará Con gozo y alegría irán sembrando

el Reino de mi Pascua universal.


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